Soñando con la próxima aventura
El disfrute de bucear comienza mucho antes de tirarse al agua. Para mi lo hace en el momento en el cual decido la fecha en la que iré.
En ese momento ya empiezo a saborear la emoción del salto desde el bote y a recorrer en mi mente ese jugoso descenso hacia el naufragio. Veo las burbujas, escucho los sonidos, siento el gusto del agua salada en mi boca, me veo a mi mismo descendiendo por la línea de amarre. Y aunque seguramente aún no sepa que naufragio será, ya veo aparecer su silueta poco a poco en la brumosa oscuridad de las aguas.
El siguiente paso es recorrer los calendarios de los dos o tres barcos en los que habitualmente contrato el espacio, para ver fechas disponibles y lugares de buceo. No siempre hay lugar para el día que los sueños prometieron a mis ansias [1]. De todas maneras trato de hacerlo con al menos dos o tres semanas de anticipación. Reconozco que planificación y experiencia ayudan a los sueños y contienen las ansias.
Si es unos de esos días en los que la providencia permite optar por varias opciones, la alegría se multiplica; vamos al más profundo y oscuro. Pero si no, no hay problema, tomo el destino al que se pueda hecha mano; sin importar que ya haya visitado ese naufragio puntual mas de una treintena de veces (o mas). Nunca viene mal retornar a los viejos pasadizos; siempre hay algo nuevo para ver, algo mas por descubrir, y tal vez hasta algún nuevo tesoro que rescatar.
En los días previos a la buceada hay que comenzar a planearla con detenimiento. Llenar los tanques con el gas adecuado, revisar el compensador, el traje seco, los reguladores, los reeles, las bolsas de elevación, las boyas de marcación de superficie (DSMB, o “salchichas” como las llamamos por estos y otros lugares), linternas, cuchillos, la radio marina sumergible, etc., etc., etc. Todo debe funcionar a la perfección. Al bucear en estos entornos no se deberían admitir desviaciones del punto óptimo de operación de ningún componente del equipo.
Después de todo, éste es ni más ni menos que esa especie de CTI móvil que nos mantendrá con vida en un ambiente hostil.
Siempre trato de invitar a algún amigo o a algún ex-alumno, pero muchas veces no tienen tiempo disponible (o sus cónyuges no los dejan y no se animan a admitirlo). Pero en general el plan es individual, si vienen bien, pero si no también. Toda buceada la planeo y ejecuto como si fuera a bucear Solo, aún si estoy acompañado por alguien mas.
Presto atención a los pronósticos del tiempo, tormentas, lluvias y vientos. Algunos años han sido bastante malos a ese respecto, en algunos casos he llegado a tener más de una decena de cancelaciones sucesivas debido al mal tiempo.
El dinero se recupera, pero la frustración de no poder tirarse al agua queda. Recuerdo perfectamente que en una oportunidad viajé a Carolina del Norte, en la costa Noreste de los EEUU, 900 kilómetros de ida y 900 kilómetros de vuelta desde donde me encontraba en ese momento, para llegar y encontrarme que las salidas a mar abierto de las embarcaciones pequeñas, como aquellas desde las cuales se acostumbra a bucear, habían sido prohibidas por las autoridades por ese fin de semana, debido a los fuertes vientos y su influencia en el oleaje.
Culpa mía, no quise escuchar los peores pronósticos, me dejé convencer por los que mejor satisfacían mis expectativas, y puse fé en las esperanzas de “medio vaso lleno” que mis conocidos en el área alimentaron en mi.
Es que la euforia de una buceada cercana va creciendo dentro de uno con el paso de los días.
A medida que se aproxima la fecha, la emoción se va pareciendo cada vez más a la que sentía de niño los primeros días de Enero, esperando a los Reyes Magos.
Quién me diría entonces que de grande cambiaría a Melchor, Gaspar y Baltasar por Neptuno, la leche y galletitas por Nitrox y Trimix, y el pasto para los camellos por gasolina para la camioneta.
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[1] Es una referencia tanguera.